Por ahí del 2018 escuché por primera vez acerca de "moda rápida", buscaba información sobre diseño, telas y en medio de las tantas ventanas abiertas en el buscador, terminé en un artículo donde se hablaba acerca de consumo consciente de ropa, en este segundo blog de la serie les cuento un poco de ese otro lado de la moda con el que me encontré esa vez.
Empecemos por definir qué es la moda rápida o fast fashion. La moda rápida es un modelo de negocio que la industria de la ropa ha venido promoviendo desde hace varias décadas y que busca la creación constante de nuevas tendencias para aumentar el consumo, enfocándose en bajos costos por encima de procesos atentos a la calidad, materiales o la forma de confección.
El fast fashion tiene que ver con comprar más pero usar menos, se cree que al día de hoy podemos tener hasta 52 microtendencias de moda al año, es decir, una nueva para cada semana y estos continuos cambios sumados a la menor durabilidad de lo que se compra, se ha convertido en un ciclo de comprar, usar y tirar que ha terminado en realidades poco éticas a nivel social y ambiental.
Desde el lado humano, la búsqueda de menores costos ha hecho que las grandes empresas de este modelo lleven la fabricación de ropa a países donde los trabajadores de la confección no tienen condiciones de trabajo dignas o sus derechos son limitados o inexistentes. El popular documental “The True Cost” reveló que en el mundo hay cerca de 40 millones de operarios textiles de los cuales, un 85% son mujeres, que en su mayoría trabajan con condiciones salariales por debajo de las mínimas para subsistir en sus países y además, en entornos inseguros y riesgosos.
Un hecho que mostró esta realidad fue lo ocurrido en Bangladesh hace 8 años, cuando el derrumbe de una fábrica textil conocido como Rana Plaza dejó 1138 muertes y más de 2500 heridos. Días antes, los operarios denunciaron sus preocupaciones por el mal estado del edificio, sin embargo, se les obligó a seguir trabajando y horas despúes el colapso del edificio resultó en esta lamentable noticia.
Desde el lado ambiental, la producción y consumo excesivo de ropa, la menor durabilidad de las prendas, un mayor uso de fibras sintéticas, el uso de químicos en el teñido o los que son utilizados en los cultivos de algodón convencional han pasado la factura al planeta.
Se calcula que cada año cerca de 176500 toneladas métricas de microfibras de plástico llegan a los océanos producto del lavado de prendas de poliéster, mientras que cada segundo el equivalente a un camión de basura de textiles termina en rellenos sanitarios o es incinerado como resultado del desperdicio.
Estas y otras implicaciones han hecho que se describa el sistema de moda rápida como una forma de semiesclavitud moderna y que los datos la coloquen como la segunda industria más contaminante del planeta.
Con el hecho del Rana Plaza, movimientos a favor de un cambio en la industria de la moda tomaron fuerza y así el Slow Fashion empezó a nacer, como un camino para llevar el diseño de una forma más sostenible y ética.
En esos días, para esta entusiasta del diseño conocer un poco más de ese otro lado de la moda me llevó a pasarle el escáner a las etiquetas de ropa y a cambiar la forma en que veía mi closet. Queriendo hacer cambios pensé que un "borrón y cuenta nueva" de lo que tenía podría ser una buena acción, sin embargo después de pensar un poco más en lo que estaba descubriendo, resolví que no necesariamente se trataba de hacer una limpia completa. (Y bueno, tampoco era viable con mi presupuesto! :))
Si bien creo que usar materiales más sostenibles y apoyar el diseño local suma (por eso estamos acá!), he estado aprendiendo que también poner atención al qué y para qué consumo algo ayuda y va de la mano con lo primero.
Pensar en qué necesita nuestro guardarropa, si será funcional en nuestro estilo de vida o si nos añade valor son preguntas que podemos hacernos para ir haciendo de nuestro closet un mejor lugar! Más nosotras, más constante, más consciente!
Un abrazo!
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